sábado, 11 de agosto de 2012

Entregar la carta a García: buscando esperanzandamente un Rowan


Esto es un blog, por tanto es un registro personal que escribe alguien. Por ello he evitado incluir texto de otras personas. Nada de "Copy and paste" hasta hoy. Hace algunos años tuve la fortuna de presenciar un curso dictado por el maestro de empresarios Enrique Valdez. Fue inolvidable. Ese hombre ya mayor, se metió al bolsillo a unos alumnos de lo más remolones y empinados, que terminaron vivándolo. De todos los casos que desarrolló en clases el que recuerdo siempre es el de "Entregar la Carta a García". Ciertos hechos me lo han recordado. Por eso hoy quiero compartir ese documento, porque conmueve y emociona, porque nos reta y nos pone a pensar en qué estamos haciendo y quienes somos de verdad

 Una Carta a García

Hubo un hombre cuya actuación en la guerra de Cuba, culmina como un astro en su perihelio.
Sucedió que cuando hubo estallado la guerra entre España y los Estados Unidos, palpóse clara la necesidad de un entendimiento inmediato entre el Presidente de la Unión Americana y el General Calixto García. Pero, ¿cómo hacerlo? Hallábase García en esos momentos Dios sabe dónde en alguna serranía perdida en el interior de la Isla. Y era precisa su colaboración. Pero, ¿cómo hacer llegar a sus manos un despacho? ¿Qué hacer? 

Alguien dice al Presidente: "Conozco a un hombre llamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz de dar con García es él: Rowan". 

Cómo el sujeto que lleva por nombre Rowan toma la carta, guárdala en una bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas de Cuba, desaparece en la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres semanas al otro extremo de la Isla, cruzando un territorio hostil, y entrega la carta a García, son cosas de las cuales no tengo especial interés narrar aquí. El punto sobre el cual quiero llamar la atención es éste: 

"McKinley da a Rowan una carta para que la lleve a García. Rowan toma la carta y no pregunta: ¿en dónde podré encontrarlo?". 

El Mensaje a Garcia se ha impreso por millones
¡Por Dios vivo!, que aquí hay un hombre cuya estatua debería ser vaciada en bronces eternos y colocada en cada uno de los colegios del universo. Porque lo que debe enseñarse a los jóvenes no es esto o lo de más allá; sino vigorizar, templar su ser íntegro para el deber, enseñarlos a obrar prontamente, a concentrar sus energías, a hacer las cosas, "a llevar la carta a García". 

El General García ya no existe. Pero hay muchos Garcías en el mundo. Qué desaliento no habrá sentido todo hombre de empresa, que necesita de la colaboración de muchos, que no se haya quedado alguna vez estupefacto ante la imbecilidad del común de los hombres, ante su abulia, ante su falta de energía para llevar a término la ejecución de un acto. 

Descuido culpable, trabajo a medio hacer, desgreño, indiferencia, parecen ser la regla general. Y sin embargo no se puede tener éxito, si no se logra por uno u otro medio la colaboración completa de los subalternos, a menos que Dios en su bondad, obre un milagro y envie un ángel iluminador como ayudante.
El lector puede poner a prueba mis palabras: llame a uno de los muchos empleados que trabajan a sus órdenes y dígale: "Consulte usted la Enciclopedia y hágame el favor de sacar un extracto de la vida de Corregio". ¿Cree usted que su ayudante le dirá: "sí señor", y ponga manos a la obra?
Pues no lo crea. Le lanzará una mirada vaga y le hará una o varias de las siguientes preguntas:
  • ¿Quién era él?
  • ¿En qué Enciclopedia busco eso?
  • ¿Está usted seguro de que esto está entre mis deberes?
  • ¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?
  • ¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?
  • ¿Necesita usted de ello con urgencia?
  • ¿Quiere que le traiga el libro para que usted mismo busque allí lo que necesita?
  • Diga: ¿para qué quiere saber eso?
Y apuesto diez contra uno a que después de que usted haya respondido íntegramente el anterior cuestionario y haya explicado el modo de verificar la información y para qué la necesita usted, el prodigioso ayudante se retirará y buscará otro empleado para que le ayude a buscar a "GARCÍA" y regresará luego a informarle que tal hombre no existió en el mundo. 

Puede suceder que yo pierda mi apuesta, pero si la ley de los promedios es cierta, no la perderé. Y si usted es un hombre cuerdo no se tomará el trabajo de explicarle a su ayudante que Corregio se busca en la C y no en la K; se sonreirá usted y suavemente le dirá: "dejemos eso". Y buscará usted personalmente lo que necesita averiguar. 

Y esta incapacidad para la acción independiente, esta estupidez moral, esta atrofia de la voluntad, esta mala gana para remover por sí mismo los obstáculos, es lo que retarda el bienestar colectivo de la sociedad. Y si los hombres no obran en su provecho personal, ¿qué harán cuando el beneficio de su esfuerzo sea para todos? 

Se palpa la necesidad de un capataz armado de garrote. El temor de ser despedidos el sábado por la tarde es lo único que retiene a muchos trabajadores en su puesto. Ponga un aviso solicitando un secretario, y de cada diez aspirantes, nueve no saben ni ortografía ni puntuación.
¿Podrían tales gentes llevar la carta a García? 

En cierta ocasión me decía el jefe de una gran fábrica: "Ve usted a ese contador que está allí?"
"Lo veo, ¿y qué?"
"Es un gran contabilista; pero si lo envio a la parte alta de la ciudad con cualquier objeto, puede que desempeñe la misión correctamente; pero puede ser también que en su viaje se detenga en cuatro cantinas y al llegar a la calle principal de la ciudad haya olvidado absolutamente a qué iba". ¿Podría confiársele a un tío semejante la carta para García? 

En los últimos tiempos es frecuente oir hablar con gran simpatía del pobre trabajador víctima de la explotación industrial, del hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes busca inútilmente emplearse. Y a todo esto se mezclan palabras duras contra los que están arriba, y nada se dice del jefe de industria que envejece prematuramente luchando en vano por enseñar a ejecutar a otros un trabajo que ni quieren aprender ni les importa; ni de su larga y paciente lucha con colaboradores que no colaboran y que sólo esperan verlo volver la espalda para malgastar el tiempo. En todo almacén, en toda fábrica, hay una continua renovación de empleados. El jefe despide a cada instante a individuos incapaces de impulsar su industria y llama a otros a ocupar sus puestos. Y esta escogencia no cesa en tiempo alguno ni en los buenos ni en los malos. Con la sola diferencia de que cuando hay escasez de trabajo la selección se hace mejor; pero en todo tiempo y siempre el incapaz es despedido; "la ley de la supervivencia de los mejores se impone". Por interés propio todo patrono conserva a su servicio a los más hábiles: aquellos capaces de llevar la carta a García. 

Conozco a un hombre de facultades verdaderamente brillantes, pero inhábil para manejar sus propios negocios y absolutamente inútil para gestionar los ajenos, porque lleva siempre consigo la insana sospecha de que sus superiores lo oprimen o tratan de oprimirlo. Ni sabe dar órdenes ni sabe recibirlas. Si se enviara con él la carta a García, contestaría muy probablemente: "llévela usted". Hoy este hombre vaga por las calles en busca de oficio, mientras el viento silba al pasar entre las hilachas de su vestido. Nadie que lo conozca se atreve a emplearlo por ser él un sembrador de discordias. No le entra la razón y sólo sería sensible al taconazo de una bota número 45 de doble suela. 

Comprendo que un hombre tan deformado moralmente merece tanta compasión como si lo fuera físicamente; pero al compadecerlo recordemos también a aquellos que luchan por sacar triunfante una empresa, sin que sus horas de trabajo estén limitadas por el pito de la fábrica, y cuyo cabello se torna prematuramente blanco en la lucha tenaz por conservar sus puestos a individuos de indiferencia glacial, imbéciles e ingratos que le deben a él el pan que se comen y el hogar que los abriga. 

¿Habré exagerado demasiado? Puede ser; pero cuando todo el mundo habla de los trabajadores, así, sin distinción ninguna; quiero tener una frase de simpatía para el hombre que logra éxito; para aquél que luchando contra todos los obstáculos, dirige los esfuerzos de los otros, y cuando ha triunfado, sólo obtiene por recompensa --si acaso-- pan y abrigo. Yo también he trabajado a jornal y me he hecho la comida con mis propias manos; he sido patrono y puedo juzgar por experiencia propia y sé que hay mucho que decir de parte y parte. La pobreza no da excelencia por sí sola; los harapos no son recomendación; no todos los patronos son duros y rapaces, ni todos los pobres son virtuosos. 

Mi corazón está con aquellos obreros que trabajan lo mismo cuando el capataz está presente que cuando está ausente. Y el hombre que se hace cargo de una carta para García y la lleva tranquilamente sin hacer preguntas idiotas, y sin la intención perversa de arrojarla en la primera alcantarilla que se encuentra al paso, y sin otro objetivo que llevarla a su destino; a este hombre jamás se le despedirá de su trabajo, ni tendrá jamás que entrar en huelga para obtener un aumento de salario. La civilización es una lucha prolongada en busca de tales individuos. Todo lo que un hombre de esta clase pida, lo tendrá; lo necesitan en todas partes; en las ciudades, en los pueblos, en las aldeas, en las oficinas; en las fábricas; en los almacenes. El mundo los pide a gritos, el mundo está esperando siempre ansioso el advenimiento de hombres capaces de llevar la carta a García. 

El mundo confiere su mejores premios tanto en honores como en dinero, a una sola cosa: a la iniciativa
General Calixto Garcia (de bigote) destinatario de la carta




Pueblo Libre, 11 de agosto del 2012

domingo, 5 de agosto de 2012

Del día del Pollo al día de la Disciplina


Hace varios años ya, premunidos de cuchillos y tenedores, o sin ellos y a mano pelada, los peruanos venimos celebrando el día del pollo. También el día de Ron, el día del Ceviche y alguno que otro elemento similar. Lo dicen todos y lo repiten sin pausa: el Pollo a la brasa es el plato de bandera preferido por los peruanos. También el Ceviche, el Arroz con pollo, el Tacu tacu, el Seco de  cualquier cosa. Vamos encaminados por una senda triunfal. La gente saca pecho -y no solo pecho, también barriga-  henchida de orgullo patrio, segura de que este campeonato de la comida lo vamos a ganar.

Pollo a la Brasa: es innegable que provoca
Los héroes modernos no son Grau y Bolognesi, acaso ingenuos que se creyeron un cuento; no, ahora los héroes poseen restaurantes aquí y en niuyorq, se enojan con los escritores a quienes mientan la madre y mandan a callar. Desfilan en la TV, declaran para los medios, dictan línea enarcando las cejas, esparcen la sal de la salud entre sus fieles y luego a contar, que para eso están más que para cocinar.  A quién Dios le dio en buena hora San Pedro se lo bendiga, decimos.
La víctima: millones moriran en su día
Pero digo, ¿es tán bueno esto del día del Pollo y la vida ordenada por los chefs? ¿Acaso este sacrificio de crear tantos platillos que la mayoría de peruanos nunca probará, es bueno? ¿Será saludable? ¿Nos conducirá a algo? El ministerio de salud ya ha debido salir a pedir moderación, porque la epidemia de gordos que transitan las calles limeñas es cosa de correr. He tenido oportunidad de viajar en el interior del país, en el asiento trasero de una combi, 4 pasajeros apretujados 4. Pero en Lima es casi imposible que entren 4 pasajeros en el trasero de una Coaster, no obstante su mayor tamaño. Así de gordos están.

Quizás el Día del Pollo es un reflejo de lo que somos. En lugar de un Día de la puntualidad, que tanta falta nos hace, salimos con un Día del Chicharrón. O en lugar del Día del Esfuerzo, creamos el Día de Pisco Sour. O (arderán las orejas señor) en lugar del Día de la DISCIPLINA, crearemos el Día del Rocoto. Digo, ¿no es esa nuestra vergonzante verdad? NO está mal lo gastronómico, pero ¿Por qué sólo eso? Nos gusta lo fácil, la criollada, la cochinadita. Somos buenos para meter el diente y empinar el codo, pero no nos gusta el esfuerzo que forja el carácter y las naciones ganadoras. Y no echemos culpa de esto a los españoles a quienes siempre cargamos las cuentas. Hay que reconocer que nada tienen de protagonismo en este genocidio polluno. Esto es creación nuestra. 

¿Y por qué no un Día de la Disciplina? 

Disciplina es perseverancia, es orden; es actuar de forma determinada para lograr metas y objetivos grandes y pequeños.  Exige sacrificio, es hacer las cosas aún cuando no nos guste hacerlas, porque sabemos que nos conduce hacia un objetivo superior. Es vencer nuestra propia resistencia, correr el kilómetro adicional. Es autocontrol, es el imperio de nuestra voluntad sobre nuestros instintos básicos, es no dar más y sin embargo dar más. Es decir, disciplina es todo aquello que a los peruanos nos duele; es ponerse a tiro de alcanzar una estrella por lejana que parezca, es levantarse temprano, es decirle adiós al trago o al cigarro, es vencer para siempre la idea de que no podemos hacer cosas serias. Es cierto que hay algunas aves raras disciplinadas sobre nuestro territorio, pero no es una moda, ni una norma, ni un sello distintivo que nos enaltezca  y respalde en situaciones difíciles. Lo nuestro es lo barato, el patriotismo de camiseta y bubuzela.

Disciplina japonesa:6 meses después Fukushima ya se levantaba
Ahora que están desarrollándose las olimpiadas, pienso en qué serían todos esos campeones sin disciplina y si algún afamado chef los hubiera convencido de hartarse de alguna comida. Pienso el tiburón Phelps ganando sus 22 medallas de oro a base de disciplina y no de otra cosa. Y me pregunto en donde anduvieron los deportistas nuestros,  acostumbrados a ser convidados de piedra en estos certámenes. Abajo, el video conmovedor del efecto de una disciplina y voluntad de hierro: Nick Vujicic.


Pero pienso en algo más. Es de todos conocidos la proverbial disciplina de alemanes y japoneses. Estos últimos nos han dado un ejemplo práctico del valor de la disciplina. Tras el terremoto, tsunami y crisis nuclear del año 2011, el territorio devastado por estos eventos necesitó apenas unos pocos meses para mostrar un rostro diferente al de la devastación en que se sumió. Pero no sólo eso, todos vimos a esos dolidos japoneses soportando estoicamente todo el dolor de su tragedia sin exclamar ayes de dolor ni de nada. Nuestros gobiernos pollunos en cambio, no han podido reconstruir las zonas afectadas por el terremoto del 2007. La población víctima de la tragedia tampoco fue muy estoica. Así somos. Definitivamente un día de la disciplina, del esfuerzo, del sacrificio, o de la puntualidad, nos vendría mucho mejor que estos días gastronómicos que se han creado últimamente.

Pueblo Libre, 04 de agosto del 2012.